¿Cómo podríamos caracterizar a Don Julio Garmendia? Auténtico y original, tanto en su obra como en su vida. Alguien que no hizo concesiones en su escritura ni en su existir. Un ser humano que siempre conservó la ingenuidad y la pureza del alma infantil, que se nutrió de pájaros, árboles y animales silvestres allá en su terruño natal del estado Lara, una hacienda cercana al pueblo de El Tocuyo, llamada El Molino, en donde nació el 19 de enero de 1898. Quedó huérfano de madre a muy temprana edad. Su abuela materna lo cría pero muere cuando es un adolescente. El gusto por la naturaleza, la vida sencilla, el amor y la pérdida de seres tan queridos, dejaron su huella en la sensibilidad de este jóven que se va a Caracas. Ya entonces practicaba el ejercicio de escribir. Por eso nada tan apropiado como el trabajo de redactor que ejerció en el diario El Universal. En 1923 se fué a Europa y ya llevaba consigo algunos relatos que formarían parte de su primer libro La Tienda de Muñecos, editado por primera vez en 1927. En el viejo continente permaneció 17 años, de los cuales 7 estuvo en Génova donde fué Cónsul General de Venezuela. En 1951 publicó su segundo libro La Tuna de Oro, con el cual obtiene el premio Municipal de Prosa. En 1974 se le galardonó con el Premio Nacional de Literatura. Falleció en 1977, y después de su muerte se publicaron otros dos libros: La hoja que no había caído en otoño y Opiniones para después de la Muerte. Como escritor no se dejó influenciar por las corrientes de la época, ni en los temas que tocó en sus relatos, ni en el manejo de las estructuras narrativas, ni en el despliegue poético y cuidadoso del lenguaje que observamos en cada uno de sus cuentos. Es un Maestro en este arte de contar.